Mi Primera vez

Por Baltasar Isla

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro…

y a veces lloro sin querer…

Rubén Darío

 

¡Y vaya si se fue! ¡Pero que divertida, emocionante, turbadora, apasionante y excitante fue! Llena de locuras, anécdotas, amores, pasiones, sucesos, pero siempre, siempre, sorprendente.

Supongo que el cambio de casa propulsó el cambio de amistades y con el, el cambio de rutinas. Intento esforzarme por saber exactamente como ocurrió, pero me resulta imposible precisar. Nuestra amistad surgió poco a poco, imagino. Lo que si puedo precisar, es que a partir de algún momento concreto, Caye, Bermu, Paco Reina, Antoñito, Lola, Chari, Gaspar y yo formamos un grupo de teatro: “El teatro del Jarapo” Nos gustaba como sonaba. Los Jarapos… por como vestíamos. Seguramente tendría alguna connotación más… pero para mí era esa.

Una velada teatral en el comedor escolar (donde se hacía y veía todo el teatro que había), me despertó la curiosidad de interpretar.  Convertirme en personajes y vivir con ellos aventuras, desventuras, penas y glorias.

Era un grupo Ecijano y actuaban, creo que, tres personas. Uno de ellos, Rafa Armenta, después sería mi profesor de cerámica en los cursos del Inem para desempleados. Lo único que recuerdo es que hicieron una obra sin palabras sobre una estatua y la soledad.

Me cautivó. Salí de allí con la intención de hacer teatro. Y me lo repetía una y otra vez.

Se lo comenté a mi hermano, a Antoñito… y a los demás. Recuerdo que me pasaba las tardes en la sala de profesores del colegio buscando obras para representar.

Al principio no sabíamos bien para qué… pero como no teníamos mucho que hacer en el pueblo, decidimos quedar por las noches para improvisar, escuchar música, hacer payasadas y “ver si montábamos algo de teatro”. Hablamos con los profesores y nos dejaron una llave para que entráramos y saliéramos del colegio. Cada vez que lo pienso, no dejo de sorprenderme. ¡¡¿Cómo nos dejaron las llaves?!!

Bueno, hay que decir, que nunca fuimos conflictivos, ni teníamos mala fama (por malos actos) … más bien al contrario. Y en el pueblo nos conocíamos (y sigue siendo así) todos y todas. O sea que, si ocurría algo, algún desperfecto, altercado o similar… seríamos nosotros.

Nos dejaron las llaves de la sala de profesores, donde se podía fumar y se estaba más calentito, podíamos leer y escuchar música, y la del comedor escolar, donde ensayábamos en el escenario construido con mesas del comedor y unas maderas encima, dos telas a modo de telón y unos focos fabricados con latas de chopped pork y las bombillas pintadas de colores. Y allí pasábamos las noches de invierno. Íbamos llegando poco a poco a la sala de profesores, cada uno a la hora que podía o quería. Los demás esperábamos oyendo canciones, fumando y hablando de lo que podríamos hacer.

Un día Antoñito apareció con un libro que contenía varias obras de teatro de Antonio Martínez Ballesteros que se titulaba “Farsas contemporáneas”. En su interior cuatro farsas:

-contra el inconformismo “El hombre vegetal”,

-contra el consumo “Los esclavos”,

-contra la censura “La opinión”,

-contra el clasismo “Los opositores”.

Cuando las leímos no podíamos creerlo… ¡¡¡Era lo que estábamos buscando!!! Unas obras atrevidas, directas, cargadas de crítica y con ese punto que marcaba la diferencia y que tanto buscábamos. Decidimos montar El hombre vegetal. Repartimos los papeles y comenzamos los ensayos. Cada uno teníamos un personaje. Bermu era el Hombre Vegetal. No luchaba sólo vegetaba y dejaba que todo pasara a su alrededor, sin querer hacer, ni cambiar nada. Se conformaba. Me recuerda un poco a la situación que vivimos actualmente. Los demás éramos Combatientes. El uno, el dos, el tres y el cuatro. La libertad era Chari, una bailarina que estaba presa y había que liberarla.

Durante los ensayos, salieron muchas propuestas de diferente índole. Algunas cómicas, otras más experimentales, muchas sin palabras… y así completamos, después de muchas noches y algunos ensayos, lo que decidimos llamar: “La Fábrica de sueños” Nuestro primer montaje como amateurs, de casi una hora de duración, con diez propuestas «teatrales»

Gaspar se encargaba de la música, Caye de las luces (¡¡¡¡jajajajaja… que calambrazo de pegó!!!!), Y los demás actuábamos. Algunos más, otros menos. Así que, con más coraje que cabeza, decidimos realizar una velada de teatro en el comedor escolar.

Contábamos por aquel entonces con el apoyo de los profesores y con la concejal de cultura de ayuntamiento, Pili. Así que publicitamos el acto con los medios que ponían a nuestro alcance, fotocopias, carteles y el coche anunciador. Se llenó. No cabía nadie más. Tuvieron que abrir las ventanas para que la gente pudiera vernos actuar. Alguien hizo una pequeña introducción-presentación y alabó nuestra iniciativa.

-Y zin maz demo pazo a “El teatro del Jarapo”

 Y comenzamos. A Lola le tocó presentar el acto con una especie de presentación ensayada, que hablaba de los actores y su oficio. ¡¡Que nerviosa estaba!!!

La recuerdo perfectamente, mirándola entre bambalinas, con la voz entrecortada, sin parar de mover los pies, con un continuo bamboleo producido por los nervios, y las manos descontroladas, que movían sin parar las tirantas del sujetador. Y a partir de aquí, se fueron sucediendo sketch, comedias y obras hasta completar el programa preparado. Yo personalmente lo viví como una especie de nebulosa, como una burbuja llena de magia, ilusión, nervios y ensoñación.

No tengo recuerdos de lo que pasó después. Imagino que lo celebraríamos. Lo que sí recuerdo es la sensación de felicidad, alegría y euforia que me invadió, ésta primera vez y que vuelvo a sentir cada vez que piso un escenario.

Autor: Baltasar Isla

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