El reconocimiento y entendimiento de los sucesos acaecidos en el municipio de La Luisiana/El Campillo durante el golpe militar de 1936 y la subsiguiente represión padecida por sus habitantes deben ser una puerta hacia la libertad y la concordia entre los seres humanos.
Es crucial comprender nuestras raíces y los eventos que han configurado nuestro pasado, dado que todos, sin excepción, están intrínsecamente vinculados a nuestro presente. Aunque hayan sido pasados por alto o traten de ser silenciados, estos acontecimientos determinan nuestra identidad.
Por consiguiente, la memoria constituye un compromiso imperativo para nuestra sociedad, asegurando que la historia permanezca genuinamente viva y fiel a la realidad, ya que un pueblo sin memoria está destinado a repetir su historia.
Con la apertura de las fosas del Picate y la Turquilla buscamos cerrar una herida que ha perdurado en nuestros pueblos a lo largo del tiempo. Es un acto destinado a restituir la dignidad de las víctimas y de sus familiares. Un llamamiento a la justicia, al respeto de los derechos humanos. Después de más de 80 años, estas personas aún reposan en fosas comunes, creemos que es el momento de brindarles un espacio donde puedan ser honradas. En el corazón de sus descendientes no hay lugar para el rencor; no se trata de bandos ni enfrentamientos, sino de una cuestión fundamental de humanidad.
El golpe de estado del 18 de julio de 1936 que inició la guerra civil en España empezó en Sevilla a las pocas horas de la sublevación de las tropas en Marruecos. En sus inicios se intentó justificar con el asesinato de Calvo Sotelo, con el objetivo de Salvar la República del Frente Popular (coalición política que ganó las elecciones el 16 de febrero de 1936) y del Comunismo. Argumentos falsos que quedaron al descubierto cuando la República quedó prohibida en la zona nacional y cientos de republicanos fueron fusilados en fosas, cunetas y tapias de cementerios.
A las 2, 30 de la tarde del 18 de julio, el General Queipo de Llano rodeado de oficiales y suboficiales, arengaba con ardor guerrero a los soldados de infantería del cuartel de San Hermenegildo. Al mismo tiempo se organizaban los primeros falangistas y voluntarios civiles. A las 15 horas, un grupo de soldados colocaban el bando de guerra en la plaza del Duque, calle O’Donnell y plaza Nueva. Queipo y Cuesta llaman por teléfono a los cuarteles de Sevilla, Écija, Cádiz, Jerez, Córdoba, Málaga, Granada, instando al levantamiento militar de forma inmediata.
Los militares levantados en armas disponían prácticamente de la totalidad de la guarnición con armamento de todo tipo; de la Guardia Civil, falangistas y refuerzos llegados del norte de África. La República contaba con el apoyo de cientos de guardias de asalto, bien armados y adiestrados, autos blindados, ametralladoras, base área de Tablada, organismos oficiales. En los barrios humildes existían miles de obreros, trabajadores dispuestos a defender los valores republicanos.
El general Queipo de Llano gracias a la ayuda de “La legión” y el ejército de África conquista a sangre y fuego Sevilla.
En la provincia de Sevilla, la primera en levantarse en armas fue la ciudad de Écija; una población situada en la autovía A-4 que une las ciudades de Sevilla y Córdoba. El 18 de julio de 1936 a las 21,30 horas, fuerzas del Depósito de Cría y Doma (un pequeño destacamento militar) al mando de los tenientes Pardo y Tello González de Aguilar, y de la Guardia Civil, salieron a la calle a publicar el bando de guerra. La lectura terminó con la proclama de ¡Viva España! Uno de los asistentes arengó: ¡Viva el ejército rojo! Grito que le costó la vida, siendo asesinado por uno de los militares que participaban en la lectura militar. Nuevamente el objetivo era liberar Écija del “terror marxista”. Terror que al menos en la ciudad no ocurrió, aquí lo único que hicieron las autoridades del Frente Popular fue detener en el Ayuntamiento a algunos dirigentes de los partidos de derechas.
Poco después de la lectura del bando fueron detenidos a punta de pistola decenas de trabajadores; la Guardia Civil se hizo con el control del ayuntamiento y los centros de las organizaciones del Frente Popular, locales sindicales etc. De forma inmediata comenzaron a personarse en la comandancia militar del pueblo oficiales retirados y de complemento, así como muchas personas de derechas que se sumaron al “Movimiento”. Al frente del ayuntamiento se nombró a una persona de confianza, Eduardo Tomás Montero, dirigente de la CEDA; se crea la Fuerza Cívica, constituida por miembros de la derecha, o “personas de orden”, estando al mando el capitán retirado Antonio Boceta Durán, miembro destacado de la patronal agraria. Ese mismo día fueron requisados todos los coches y camiones existentes en la ciudad. De esta forma comienza una de las represiones más duras sufridas en la Provincia de Sevilla.
En los días sucesivos columnas de fuerzas del Ejército, Guardia Civil y de la Falange (éstas últimas al mando del veterinario Fernando Osuna de la Doblas) se dirigen a los distintos pueblos de la Comarca para llevar a cabo su “pacificación”, La Luisiana (19 julio), Fuentes de Andalucía (19 de julio), Osuna (20 de julio), Marchena (20 julio) Cañada Rosal y La Lantejuela (25 julio), Fuente Palmera (27 julio), La Campana (2 de agosto) etc. Las columnas que parten desde Écija al mando del capitán Escuín consiguen en poco tiempo una sombría reputación, dejando a su paso una estela de muerte y desolación, cientos de vecinos de los pueblos fueron asesinados en cunetas, tapias de cementerios, fosas comunes.
El mismo 18 de julio, las fuerzas de la Guardia civil de La Luisiana/El Campillo se suma al golpe militar controlando los pueblos hasta que, al día siguiente, fuerzas militares junto con Guardias Civiles llegados de Écija declaran la toma de los pueblos bajo la obediencia nacional. Desde este momento se realizan detenciones de las personas inscritas en la casa del pueblo, siendo la mayoría asesinadas ¡No existió resistencia alguna! [1]
Cuando por parte de la Auditoría de Guerra se intenta justificar estas acciones en La Luisiana / El Campillo, lo referencia en tres líneas:
Pueblo situado a 70 kilómetros de Sevilla, con una población de más de 4.000 almas, no tuvo que lamentar atropellos en personas y cosas hasta su incorporación a la España Nacional.
Efectivamente hasta que no fue ocupado no empezaron los atropellos. Involuntariamente, y por una vez, dijeron la verdad.[2]
Las evidencias que nos permitan analizar los acontecimientos acaecidos en estos años han desaparecido del archivo municipal, un incendio quemó toda la documentación; la información encontrada en la sede de la Falange, hoy día casa de la Cultura en la plaza Pablo de Olavide de La Luisiana, está desaparecida, ¡fue destruida! Intentos de borrar la memoria socavando la justicia, la cohesión social y el aprendizaje necesario para construir un futuro mejor.
Sí, contamos con las actas de los plenos del ayuntamiento y los relatos transmitidos de forma oral de generación en generación por los familiares, con el propósito de preservar la memoria, el legado y la dignidad de aquellos que, además de sufrir la pérdida de seres queridos como esposos, hijos, hermanos, tíos etc., también soportaron la convivencia con sus opresores durante años.
Los sucesos que estamos a punto de relatar son parte integral de este valioso patrimonio oral.
El día 18 de julio de 1936 el municipio de La Luisiana/El Campillo quedó bajo la obediencia nacional. Partidarios leales, se organizaron para generar una situación de opresión jamás superada por nuestros pueblos. Necesitaban una lista de personas para ejemplarizar la represión. Contaron con la obligada ayuda de uno de los secretarios de la Casa del Pueblo. Lo amenazaron de muerte si no colaboraba, éste salvó su vida proporcionando la lista de todos los nombres y direcciones de los afiliados, pero condenó a muerte a más de 30 vecinos. Se convirtió a la falange, siendo uno de sus máximos responsables, lucrándose de los dividendos que recibía por las multas que ponía a sus convecinos. De su salario, el 25 % era fruto de esas sanciones.
La historia de D. Juan José Hans Cret. El Campillo/La Luisiana por su nieta Dolores Hans Alcaide:
En mi niñez, recuerdo que los días de lluvias cuando era imposible ir al tajo, mi padre se quedaba en casa, sentado en una mesa camilla al calor de un brasero de picón nos contaba historias de su familia; siempre evitaba hablar de su padre. Esto me llamaba mucho la atención, hasta el punto de que un día le dije:
– ¡Upá!, tú que nombras a tu abuela Eulalia, tu tío Ricardo, etc. pero no nombras nunca a mi abuelo. ¿Tú no tenías padre o es que fue malo contigo?
Se le hizo un nudo en la garganta, empezó a llorar, no pudo contestar, se ahogaba en la ansiedad, se levantó de la mesa y se fue. Mi madre, me reprimió recomendándome no volver a preguntarle sobre ese tema. Le contesté:
– ¿Umaita?; ¿Mi abuelito fue un hombre perverso?
– No hija, no era mala persona, malos los que lo asesinaron. Lo mataron cuando estalló el movimiento en la guerra del 36.
Le volví a preguntar: – ¿Pero por qué, hizo algo malo?
– No hizo nada, pero todavía eres muy pequeña para conocer estos hechos, cuando cumplas unos años más te explicaré su historia; debe pervivir en tu memoria y en la de tus hijos.
Cuando llegué a la mayoría de edad, 18 años, recuerdo que mi madre lavaba en un lebrillo, me llamó para que me pusiera a su lado, diciéndome que había llegado el momento de conocer la historia de Juan José Hans Cret.
Comenzó diciendo que fue un hombre de campo, sin ideología política partidista, su único afán era labrar su parcela de tierra para sacar adelante a sus cinco hijos y una hija todos entre los 14 y 22 años.
Días antes del golpe militar de julio del 36 en la taberna del pueblo, al caer la noche se reunían personas contrarias a la república, Falangistas y Guardias Civiles del puesto de La Luisiana/El Campillo. Alguien tiró una piedra a la ventana del establecimiento, rompiendo los cristales. La autoridad presente en el local sale del mismo preguntando por los autores de la pedrada. Al llegar a una casa próxima, una mujer apodada como “la Seca” les aconseja que pregunten en la casa de al lado donde hay muchos lanetos. El incidente quedó ahí, sin más consecuencias.
Al estallar el levantamiento militar, llegan a casa de mi abuelo preguntando por él; no estaba, se encontraba trabajando en el campo, así que se llevan a su hijo Curro bajo la acusación de tirar piedras en la ventana de la Cantina. Cuando su padre llega a su hogar, lo primero que hizo fue preguntar a sus hijos. Todos negaron la acción. Con celeridad se dirige hacia el lugar donde tenían retenido a su hijo Curro asegurando que él no había sido el causante del tremendo delito de la pedrada en la ventana. No lo escucharon, eran tiempos de dar ejemplos de dureza y represión. En su desesperación, se ofreció para quedar encarcelado en vez de su hijo; ¡Así fue! Liberaron a Curro, quedando Juan José Cret preso.
En un amanecer, lo suben a un camión y se lo llevan, él sabía dónde iba por eso se quitó los zapatos pidiendo que se los entregaran a su hijo Juan. Antes de morir le fue amputada sus manos con un hocino para que no tirara más piedras. Después le dieron el tiro de gracia. Por la mañana, llegaron a casa de mi abuela con los zapatos. Es lo único que nos dieron de él.
No sabemos dónde está su cadáver. ¿En la fosa de Cañada Rosal? ¿En las fosas de La Luisiana? ¿En una cuneta? O ¿fue pasto de los perros? (Existieron fosas superficiales, los cadáveres estaban semienterrados y cubiertos por ramas de olivos. Los perros hambrientos acudían para saciar su hambre. Más de uno se paseaba por La Luisiana/El Campillo con un miembro humano en sus fauces).
Con el paso de los años salió a la luz el verdadero responsable de la pedrada; antes de morir confesó. El miedo le había paralizado, pero su conciencia quedó marcada durante toda su vida.
Mi padre muere con 66 años; días antes de su fallecimiento, me dijo:
– Quiero que me prometas algo ¡Deseo que te lleves siempre bien con tu hermano!
A continuación, me dice: – ¿Sabes dónde voy a ir muy pronto?
– ¿A dónde upá?
– ¡Voy a ir a llevarle a mi padre sus zapatos! ¡Nunca superó su muerte! ¡Nunca!
El caso de José Rodríguez Castilla de 36 años (El Chito) y su mujer de 29 años Antonia Rodríguez López
José Rodríguez Castilla, nacido en Osuna, se instaló en La Luisiana donde se casó con Antonia Rodríguez López, del matrimonio nacieron tres hijos y dos hijas, una de ellas murió a los pocos años de su nacimiento por neumonía. Se ganaba la vida como jornalero y de realizar algunos trabajos de carpintería. Fue un hombre ilustrado en la lectura y escritura, de ideología de izquierdas; en su tiempo libre participaba en la casa del pueblo ayudando a los vecinos en la cumplimentación de documentos administrativos.
El 19 de julio, varios militares de la remonta de Écija llegaron a La Luisiana; en la plaza de la iglesia después de realizar varios disparos al aire proclaman la toma del municipio.
Los días, semanas y meses siguientes a este acto varios vecinos toman la decisión de huir del horror impuesto por los golpistas. Un grupo determina marchar por camino a la vecina Palma del Río; entre ellos estaba José Rodríguez Castilla el “Chito” Cerca de Palma se encuentran al río Guadalquivir debían cruzarlo a nado. Todos lo hacen, menos El Chito, no sabía nadar. Desiste del intento.
Tras varios días escondidos por los campos regresa al pueblo con la confianza de su inocencia, no había tenido delito alguno. ¡Este fue su gran error! Entra de noche en La Luisiana; bajando por la calle donde estaba su casa es visto por uno de los falangistas del pueblo. Fue delatado, presentándose una patrulla de Guardias Civiles en su domicilio. Se lo llevaron al calabozo habilitado en la misma plaza de la iglesia, muy cerca de la sede de los Falangistas con el pretexto de hacerles algunas preguntas.
Estuvo tres días encerrado, su mujer le llevaba comida, café y el picón para calentarse.
En una de sus últimas visitas le acompañaba su hija menor, al despedirse se acercó para abrazarla, sabía que esta sería su última muestra de cariño, su último beso, pero el carcelero rompió ese momento con un empujón a la niña tirándola al suelo. Antonia con rabia y dolor le dijo:
– ¿No te da ná, darle un empujón a una chiquilla tan pequeña que solo quiere despedirse de su padre?
Antonia, en un intento desesperado de salvar la vida de su esposo decide ir a hablar con el último alcalde republicano del pueblo amigo de José, fue imposible, temía por su existencia así que no hizo nada por salvar la vida del Chito. Al tercer día, José Rodríguez Castilla el Chito es asesinado, enterrado a los pies de unos álamos en el arroyo Chirrión, entre el Molino Flores y el Molino Huertas.
Su hermano Manuel Rodríguez Castilla corrió la misma suerte, fue encontrado junto a otros dos vecinos escondidos entre las adelfas del rio la madre en el cortijo “La Ortiguilla”. Llevados a Cañada Rosal fueron asesinados en el cementerio de la localidad.
Antonia Rodríguez López se quedó viuda con 29 años, tres hijos, embarazada del cuarto, sufriendo la pérdida de su pequeña fallecida por neumonía y la de su marido José Rodríguez Castilla “El chito”. Sobrevivía como podía; marchaba a los cortijos, trabajaba haciendo tareas domésticas para los señoritos, a cambio recibía un trozo de pan y aceite. Sus hijos a los siete años ya estaban cuidando cochinos y pavos solo por la comida y una cama en los establos. Tenía mucho miedo por ella; temor de que sus hijos fueran parte de esos niños del tren que llevaban a Portugal en adopción.
En la quietud de la madrugada, rodeado por las paredes acogedoras de su casa, sus murmullos resonaban una y otra vez:
– ¡Criminales, criminales, criminales!
Estas historias de dos vecinos que yacen en las fosas de Cañada, El Campillo y La Luisiana, se unen a otros relatos de vida como la de Francisco José Lasarte Cordero (32 años) Juez de Paz, asesinado en la primera saca de 16 personas.
Manuel Osuna Somoza (32 años) el “Altomaco” asesinado por la espalda al intentar huir saltando las tapias donde tenía sus cabras. Su delito: Mirar una revista donde aparecían unos aviones de combate rusos en el Bar de “Manolito” diciendo: ¡Fíjate que aviones más buenos tienen! Alguien lo escuchó y lo delató.
Francisco Reina Reina asesinado por la espalda cuando en estado de embriaguez abandonaba una conocida taberna del pueblo en horas del toque de queda.
Mención especial a los chicos entre 20 y 25 años, asesinados por estar en la famosa lista. Sus delitos: afiliarse a la Casa del Pueblo; les habían comentado que era la condición necesaria para optar a una vivienda.
José Ancio Palmero (27 años), Rafael Ancio Pérez (22 años), Antonio Arjona Ruiz (20 años), Francisco Baena Vázquez, Francisco Batista Ancio (20 años), Manuel Batista Ancio (32 años), Ricardo Bonilla Olmo (20 años), Concepción Caballero Utrilla (48 años), José Camuña Jiménez (50 años), José Chica Liébanes (20 años), Juan Conde Liébanes (40 años), Antonio Delgado Delgado (24 años), Antonio Díaz Porras (25 años), Manuel Domínguez González (32 años), Ricardo Domíguez Morilla (39 años), Pablo Duarte Fernández (38 años), José Elena Cantarero (37 años), Rafael Fernández Conde (20 años), Antonio Fernández Gallego (45 años), José Fernández García (20 años), María Fernández García (26 años), Leocadio Fernando Fernández García (26 años), Antonio Fernández Martínez (23 años), Juan Fernández Martínez, Pablo Fernández Torres (37 años), José Fernández Vázquez, José Fernández Villalba (18 años), Braulio Filter Ruger (36 años), Antonio García Royo, José Goméz González (25 años), José González Martín (18 años), Baldomero Grueso Caballero (24 años), Pedro Jiménez Castro (27 años), José María Jiménez Mesa (55 años), José Jiménez Pérez (19 años), Manuel Jiménez Pérez (29 años), Antonio Jiménez Vidriel (20 años), Carmen Jiménez Vidriel (30 años), Manuel Laguna Hans (39 años), Antonio Llamas Ruiz (33 años), Manuel Llamas Ruiz (28 años), José López Doblas (18 años), Rosario Martínez Pedré (27 años), Francisco Mendez Fernández (46 años), Jose Morilla Hidalgo (30 años), Juan Morilla Hidalgo (25 años), Manuel Olmo Almenara (37 años), José del Olmo Redobladillo (21 años), José Ostos Cret (26 años), Juan Palmero, Diego Pérez Fernández, José Pérez Rojas (36 años), Pablo Pérez, Miguel Pigner Rodríguez (26 años), Manuel Ramos Gómez (20 años), Antonio Rivera, Manuel Rodríguez Castilla (35 años), Benito Rodríguez Chica (20 años), Francisco Rojas Garrido (37 años), Antonio Rojo Fernández (23 años), Juan Ruger Pérez (30 años), Rogelio Ruiz Enri (20 años), Francisco Sánchez Batista (52 años), Francisco Sánchez Carrero (51 años), Francisco Sánchez Girón (33 años), José Sánchez Ruger (40 años), Manuel Sojo Llamas, Joaquín Torres Pérez (37 años), Manuel Torres Rojo (29 años), José Utrilla Bermúdez (36 años).[3]Juan Cornejo Gómez (46 años) de El Rubio.
Eduardo Romero Gómez (19 años) Huyendo del horror de su pueblo El Rubio es apresado por las fuerzas militares de Écija en La Luisiana junto con otros cuatros huidos de la misma localidad. Es asesinado en nuestra localidad. No se sabe dónde está su cuerpo.
A todos estos ciudadanos hay que añadir las personas de otras poblaciones cercanas que pudieran estar en las fosas de nuestro municipio y que no aparecen referenciadas en ningún archivo. Hacemos un reconocimiento destacado a los 114 vecinos asesinados en Fuentes de Andalucía; 27 fueron mujeres; violadas, asesinadas, los llamados “crímenes del Aguaucho”.
Autor: Julio Jiménez Cordobés.
Referencias:
[1] Andalucía y LA GUERRA CIVIL. ESTUDIOS Y PERSPECTIVAS. Coordinador. Leandro Alvarez Rey
[2] José Mª García Márquez. Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla 1936 – 1963
[3] Pág 435. Libro Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla. José Mª García Márquez.