Autor: José Antonio Rivero
Las primeras referencias a la celebración del culto a la Cruz de Mayo en Andalucía se remontan al siglo XVII, con la aparición de las Hermandades en torno al simbolismo de la Cruz. No sería hasta finales del siglo siguiente cuando se introduce en la actual provincia de Sevilla, teniendo su mayor esplendor en el siglo XIX. Paradójicamente, a pesar del protagonismo de la Cruz esta práctica no siempre fue una celebración religiosa, sino que predominaban las fiestas de tipo lúdico y social. Debido a los excesos que con frecuencia se solían cometer durante las noches de cante y baile en torno a la cruz, la Iglesia trató muchas veces de controlar estas celebraciones, llegando incluso a prohibirlas en determinados casos. Sería el Concilio Vaticano II, celebrado entre los años 1962 y 1965, quien terminaría por abolir la festividad del calendario católico. Sin embargo, el fuerte arraigo popular consiguió que la fiesta siguiera celebrándose, alternando su identidad cristiana y lúdica, pese a no figurar ya como celebración católica.
Según una historia oral, este culto comenzó a celebrarse en El Campillo con la llegada de trabajadores para la construcción de la vía férrea Marchena-Valchillón, que se inició en el año 1878. Provenientes de Tolox, Casariche y Badolatosa entre otros pueblos, muchos de estos trabajadores terminaron quedándose a vivir a lo largo de las poblaciones por las que discurría el tendido, incluida El Campillo, donde hoy viven numerosos descendientes de aquellos obreros. Otra teoría hace referencia a que fueron los antiguos colonos los que emprendieron los primeros festejos en honor a la Cruz. La celebración consistía en adornar una cruz de madera con lentiscos, romero y florecillas del campo que se instalaba en la plaza Carlos III, junto a la cual se oficiaba la santa misa. Una vez terminada la función religiosa, comenzaban los actos festivos en los cuales la gente desconectaba por un día de las duras faenas del campo.
Según narra un artículo publicado por el diario sevillano “La Unión” el 17 de mayo de 1924, la celebración atraía numerosos visitantes de la comarca, que se desplazaban en autos y coches de caballos para asistir a la solemne misa cantada con el acompañamiento de una banda venida de Écija. La misma banda se encargó de tocar la diana y amenizar los bailes que comenzaban por la tarde. Como curiosidad, ya en aquellos años había partido de fútbol en el “legío”. El alumbrado, que describe como fantástico, estaba compuesto por luces de gas de acetileno colocadas, tanto en los arcos de ramaje que hacían una calle desde la puerta de la iglesia, como en lugares estratégicos de la plaza. Con el paso de los años se añadiría a las celebraciones la talla de san Agustín, patrón de El Campillo.
Durante los años de la república la tradición pasó por serios apuros debido a los problemas económicos que arrastraba el ayuntamiento. En 1934, la escasez de fondos retrasó la celebración hasta el 13 de junio, onomástica de san Antonio, puesto que era un día señalado en el calendario de aquel tiempo. El año siguiente los problemas continuaron, siendo aplazada hasta el 24 de junio debido a una gran crisis de trabajo y una plaga de langosta. Ese año de 1935 la fiesta se celebraría bajo el nombre de “Velada popular de san Juan”. Su arraigo fue tan importante que ni siquiera la llegada de la romería en 1952 consiguió que desapareciera, ya que durante la convivencia entra ambas fiestas fue incluso ganando esplendor, y la sencilla cruz de lentisco y florecillas pasó a tener una estructura de arcos y columnas de madera.
En cuanto a la romería, la historia comienza el 3 de noviembre de 1950, con la visita que la imagen peregrina de Nuestra Señora del Rosario de Fátima hizo a La Luisiana. Proveniente de La Carlota, la virgen era transportada en un pequeño camión exornado para la ocasión, que se detuvo a la altura del cortijo “Los Marroquíes”, donde la esperaban la mayor parte del vecindario, consistente en unas seis mil personas, para darle la bienvenida. Luego del acto institucional a cargo de las autoridades, la Virgen fue portada a hombros por trabajadoras de la fábrica de aceite de don Francisco Díaz hasta la iglesia de La Luisiana donde, tras la ceremonia de consagración de la villa, comenzó el rezo del santo rosario. Llevada por su fe en la Virgen, doña Ángeles Morales, esposa de don Francisco prometió que, si el complicado embarazo que sufría en ese momento llegaba a buen fin, haría una peregrinación al santuario de Fátima y donaría una réplica de la imagen al pueblo para que estuviera siempre presente entre los vecinos.
Hay otra versión de los hechos, trasmitida por Consuelo Fuentes, en la cual contaba que quien tenía dificultades en el embarazo era la hermana de doña Ángeles, llamada Concha, con problemas de corazón que ponían en peligro la gestación. Ante esta situación, decidió hacer la promesa y la donación de la talla si el alumbramiento llegaba a buen fin. De este complicado parto, que estuvo asistido por el doctor Antonio Morales, nacería Luis Castelo Morales, por lo que doña Ángeles cumplió con la peregrinación al santuario y la adquisición de la talla en 1951.
Don Miguel Clavijo, párroco de La Luisiana, propuso al matrimonio Díaz-Morales la celebración de una romería en honor a la Virgen de Fátima, coincidiendo con las fiestas de la Cruz de Mayo de El Campillo. La gran acogida que tuvo la idea, tanto por parte del matrimonio como de los fieles, hizo que el proyecto se hiciera realidad al año siguiente. Así, la mañana del 3 de mayo de 1952, desde el núcleo de El Campillo, caseríos y casas de labor de los alrededores, familias enteras se pusieron en marcha hacia la iglesia de La Luisiana, punto de encuentro de los romeros. La carreta de la Cruz de Mayo, dirigida por su boyero Francisco Fuentes, inició el recorrido hasta la plaza donde ya esperaba la Virgen de Fátima en su carreta, que fue preparada y adornada en el castillo de la Monclova. La comitiva comenzó el regreso por la travesía de la carretera nacional, encabezada por la carreta de la Cruz de Mayo, seguida de la Virgen y el resto de carretas y carros adornados. Se llegó a El Campillo sobre las diez y a continuación se ofició una función religiosa en honor a la Santa Cruz y la Virgen de Fátima.
Después de la misa se hacía entrega de los trofeos a los ganadores de los concursos de carretas y parejas a caballo. A continuación, “elevación de globos y fantoches”. La fiesta continuaba con un concierto musical de la banda municipal ecijana y, sobre las dos de la tarde, “mano a la fiambrera a ver si nada queda”, divertida frase que hacía alusión a la comida en el “lejío”. A las cinco de la tarde, tras una reparadora siesta, tenía lugar un espectáculo taurino con aficionados de Écija y Palma del Río. El “lejío” era también el lugar donde, cámara en mano, rondaban los hermanos Villalba en busca de una foto que inmortalizara un instante único e irrepetible. A las siete se hacía el rezo del santo rosario que marcaba el regreso de la Virgen hacia La Luisiana. La jornada terminaba por la noche con baile en la plaza y traca final. El día anterior, 2 de mayo, se celebraba el tradicional mercado de ganados, origen de muchas de las ferias actuales.
La plaza Carlos III era el centro principal de la fiesta, puesto que allí se ubicaba la caseta. En los sesenta comenzaron a llegar diversos cacharritos, como las “cunitas”, los “volaores” o el tiovivo, que se situaban en las esquinas. Al igual que la calle Iglesia, era decorada con guirnaldas de luces y banderitas, a las que se añadían farolillos y mantones de papel, además de los mástiles con las banderas de España. Frente a la casa de Julia de Crisanto se instalaba un pequeño escenario de madera para la banda o grupo musical. Sería a finales de esa década cuando la caseta se delimitó con las entrañables vallas de aros pintadas en verde y blanco, en las que todos los años quedaba atrapado algún niño. Igualmente, y para evitar las inclemencias del tiempo, se techó con toldos alquilados en Écija para la ocasión. En los aledaños, puestos de turrón, juguetes, gorras…
Entre los años 1968-69, la romería cambia de fecha y pasa a celebrarse el 1 de mayo, por ser festivo de ámbito nacional, al tiempo que es ampliada a tres días. Este cambio permitió que la Virgen permaneciera en el pueblo hasta el tercero por la tarde, momento en que la Imagen emprendía el regreso a La Luisiana. A diferencia de los primeros años, en los cuales las carretas acompañaban a la Virgen, a partir de ese momento las cosas cambian, pues tras la misa la talla era portada por dos personas en procesión hasta la esquina de la Avenida de los Colegios, donde era montada en un coche particular, principalmente el de don Manuel Somoza, para ser transportada a su altar. Esa frialdad contrastaba con los primeros años de boato de la romería, donde los romeros hacían compañía a la Sagrada Imagen en su regreso al templo. Esta forma de traslado estuvo vigente hasta el año 1983, puesto que a partir de ese momento serían las carrozas ganadoras de los tres primeros premios quienes acompañarían a la Virgen.
Otro de esos cambios que se originó a partir de 1970 fue el toque de diana. La creación de la banda de tambores y cornetas para la Semana Santa de El Campillo, hizo que esta tomara el relevo de la banda municipal ecijana. La diana, que por aquellos años estaban conformadas por pasodobles y canciones populares, fueron sustituidas por marchas de corte militar, pero igual de efectivas. En vez de tocar solo en las esquinas, la banda recorría todas las calles con los alegres sones de los tambores anunciando el día grande. El pueblo se acostumbró enseguida a ese sonido y desde entonces forma parte de sus tradiciones.
Si hay algo en lo que destaca la romería de El Campillo, es sin duda la belleza de sus carrozas. Las antiguas carretas tiradas por bueyes fueron desapareciendo para dar paso a la mecanización del campo, que trajo consigo tractores con amplios remolques que facilitaban, tanto el engalanado, como el transporte de los romeros con mayor rapidez. La decoración fue cambiando y las florecillas del campo, lentiscos y palmeras, fueron sustituidas por flores de papel de seda. Los adelantos y la mejora económica que trajo la década de los ochenta dieron más libertad en la realización de los bocetos y mejores acabados. Fueron, sin duda, los años en que se sentaron las bases de lo que sería la construcción de las carrozas modernas.
La década de los noventa transformó el camino en una gran fiesta que nada tenía que ver con los primeros años, donde la fe y el recogimiento fueron las señas de identidad. Los romeros abandonaron las carrozas para hacer el recorrido a pie, dándole un aire diferente y lleno de calor humano. Los remolques, más que un medio de transporte como antaño, se fueron convirtiendo en un medio decorativo en el que lucir las carrozas. De esa manera, romeros y carrozas se complementaban formando un río que se movía al ritmo de guitarras, cantes e historias compartidas.
Coincidiendo con el cincuenta aniversario de la romería, la empresa local Tyfama donó una antigua carreta de labor que el ayuntamiento restaura y acondiciona para el traslado de la Virgen de Fátima. Parejo a esta adquisición, nacería el embrión de lo que hoy es la actual Hermandad Virgen de Fátima. Su primer proyecto fue el plateado de la carreta, por lo que comenzó una frenética actividad que culminó con la primera fase de la ansiada reforma en el año 2008. Otros proyectos ejecutados ese mismo año serían la compra del estandarte y el primer homenaje a los emigrantes, además de la recuperación de la antigua tradición de la Cruz de Mayo, con la instalación en la plaza Carlos III de una cruz de madera forrada de flores de papel de seda. La intensidad del trabajo no decae, así que se siguen organizando actividades y nuevas adquisiciones. En 2012 se compró una ráfaga plateada para la Imagen de Nuestra Señora y se instituyó la ceremonia de la misa de imposición de medallas.
En 2013 se recupera la antigua corona, en paradero desconocido durante muchos años, y se restaura. Además, se produce la primera visita de la Virgen de Fátima a la Cruz de Mayo, aunando las dos tradiciones. Este hecho sería recogido por las cámaras del programa de Canal Sur “75 minutos”, que dedicó la emisión a la forma en que se vivía la romería. En 2015 se produciría la segunda fase de la reforma de la carreta, con la incorporación de las cartelas del techo y la contratación de un tamborilero. En 2016, coincidiendo con la aspiración de que la romería fuera declarada Fiesta de Interés Turístico, se presentó por primera vez el cartel en la Casa de la Provincia de Sevilla. Igualmente, se adquieren cuatro candelabros plateados para la carreta. En 2018 se compró un paso plateado para la Virgen y se dio inicio a una nueva ceremonia: el rezo del Ángelus.
El año 2020 sería de infausto recuerdo: la pandemia del Covid que asoló nuestro país obligó a suspender la romería por primera vez en su historia. Este hecho provocó que los vecinos salieran en masa a las calles para decorarlas: si no se podía hacer el camino, el pueblo se transformaría en el camino. La epidemia no terminaba de remitir, por lo que la romería tuvo que ser suspendida de nuevo en el 2021. Para paliar este vacío, la Hermandad trajo la Imagen de Nuestra Señora a la iglesia donde, respetando la tradición, recibió el cariño de sus fieles durante los tres días que estuvo en el pueblo. Asimismo, se recuperaron los altaritos en honor a la Cruz de Mayo, que se solían poner en las casas, patios y fachadas en la década de los cincuenta. Remitida la pandemia en el 2022, se celebró la romería por todo lo alto, dando rienda suelta a la alegría. Además, Canal Sur volvió a visitarnos para grabar el programa “Andalucía de fiesta”. En el 2023 se dio otro paso importante para la hermandad con la adquisición del templete para sustituir a la antigua capilla de madera.
Hablar de la romería de El Campillo es hablar de algo más que una fiesta. Es hablar de una emoción que anida en cada uno de los habitantes de este pueblo. Es hablar de una tradición que va pasando de padres y madres a hijos e hijas. Es hablar de la generosidad de sus gentes, que comparten todo lo que tienen hasta convertir el camino en una gran familia. Es, en definitiva, hablar de un espacio de convivencia donde visitantes, emigrantes y lugareños se hacen uno solo para vivir momentos únicos que, más que en los recuerdos, quedaran grabados en los corazones. Hay quien dice que la historia la escriben los pueblos. En nuestro caso, la historia de la romería de El Campillo, más que escrita, se ha ido creando a base de emociones, recuerdos, huellas en el camino y pasión en el alma.
Cada callejuela o rincón del pueblo, cada flor de papel que luce en las carrozas, cada alegría compartida y cada recuerdo en la memoria conforman nuestra historia y nuestra razón de ser. Pasan la vida, los años y las generaciones de campiñeses, mas hay algo que nunca cambia y es que, a pesar de la evolución de los tiempos, la verdadera esencia de lo que significa la romería permanece intacta, pues en el momento en que a los romeros se les impone la medalla, asumen en su corazón ese sentimiento que debe preservar a lo largo de toda su vida. Por todo lo expuesto y por muchas cosas más que las palabras no pueden expresar, la romería sigue creciendo con vida propia. Una vida que nace en cada paso que se convierte en latido, en cada garganta que reza y canta, en cada abrazo que une las distancias. Si se comprende todo eso, se habrá comprendido la esencia de un pueblo entero: El Campillo.
José Antonio Rivero