Según el calendario católico, la fiesta de la Candelaria se celebra el 2 de febrero en recuerdo al pasaje bíblico de la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén y la purificación de la Virgen María tras el parto. Es una fiesta que tuvo bastante arraigo en El Campillo hasta su desaparición en la década de los sesenta del siglo pasado. Como la mayoría de nuestras tradiciones, fue transmitida de forma oral, ya que se carece de documentación que pueda sentar las bases de su creación en el pueblo o su evolución en el tiempo. Consistía en encender hogueras usando la poda del olivar, en las cuales se quemaban muñecos de paja.
Sería en el año 1984 cuando un grupo de jóvenes se reunió para intentar recuperar la antigua fiesta. Para ello, se elaboró un muñeco con paja y vestido con ropas viejas de más de dos metros de altura, al que se le llamó “Candelario”. Para la hoguera se trajo un remolque de leña procedente de la poda del cortijo “El Alamillo”, que se descargó frente a la fachada, entonces en construcción, de la casa de la tercera edad. Con todos los preparativos listos, sobre las cinco de la tarde del jueves, 2 de febrero, comenzó el recorrido del muñeco, subido en un carro tirado por un mulo y precedido por el sonido de un tambor, por las calles de El Campillo, para finalizar junto a la leña preparada para la hoguera, donde esperaban la mayoría de los vecinos. Con las últimas luces de la tarde se prendió fuego a la leña al tiempo que se tiraban algunos cohetes comprados para la ocasión. El año siguiente la fiesta sería organizada por el Centro Cultural Calos III, donde se dieron varios premios, entre ellos el de mejor muñeco y el de mayor tamaño.
Con el paso del tiempo la fiesta se iría afianzando y tras la desaparición del Centro Cultural sería el ayuntamiento quien recogería el testigo de la organización. Con la casa de la tercera edad terminada, el lugar de la hoguera pasaría por varios lugares hasta terminar asentándose en el “legío”. En la actualidad, los alumnos del colegio son los encargados de confeccionar los muñecos que, tras un recorrido por las calles, terminan arrojados en la hoguera poco antes de la anochecida. Desde hace unos años se reparten gachas ente los asistentes, así como una copa de vino acompañada de un tapeo con productos locales, como morcilla y chorizo.
La enorme dimensión de la candela, las luces y las sombras de las llamas, los muñecos consumiéndose entre el crepitar… Un ambiente mágico que parece conectar la candela con los asistentes, como si los uniera una especie de cordón umbilical a través del cual se va recreando una parte de nuestra historia. Esa historia forjada a base de tesón, esfuerzo y trabajo por tantos hombres y mujeres que nos han dejado su mejor legado: sus tradiciones. De nosotros dependen de que ese legado nunca se pierda.
Autor: José Antonio Rivero.
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